Psicóloga y psicoterapeuta junguiana. M.S. en Psicología en el Instituto de Psicología de la Universidad de São Paulo sobre el tema: «Menopausia e Iniciación: vivencias de muerte y renascimiento en el desarrollo de la mujer». Actualmente está cursando el doctorado en el mismo Instituto de la USP. Su tema atual de investigación es sobre el sufrimiento amoroso para la mujer. Es profesora en el Instituto Sedes Sapientiae en el que ofrece el curso «Recursos terapéuticos y trabajo grupal en el abordaje junguiano». Es así mismo profesora en la Facultad de Psicología de la Universidad Ibirapuera.
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Traducción del portugués
de Juan Carlos Alonso
Introducción
En una época de grandes cambios socio culturales que alteraron los modelos de relación entre hombres y mujeres es natural que surjan algunas dificultades y controversias cuando se busca definir masculino/ femenino y anima/animus. Desde las primeras formulaciones de Jung acerca de anima/ animus, mucho fue discutido y revisado por sus seguidores, principalmente en lo que concierne a la figura del animus.
Una crítica frecuentemente formulada por algunas analistas (Young-Eisendrath, 1994; Wehr, 1994) es que el animus fue inicialmente descrito a partir de la experiencia de los hombres acerca de las mujeres siendo fruto de estereotipos de su época. Entre las varias cuestiones que surgen en esa discusión una de ellas es si el animus negativo sería una voz despreciadora internalizada de la propia cultura patriarcal.
Otro punto que suscita discusiones es: ¿qué decir de las imágenes arquetípicas de diosas, como Artemisa y Atenea que presentan una asertividad tenida como “masculina”? ¿Serían diosas poseídas por el animus?
Encontré en las conceptualizaciones de Whitmont (1990) acerca de lo masculino y lo femenino algunas caracterizaciones que dan luz en ese debate. Whitmont prefiere adoptar la terminología de Yin y Yang para describir las polaridades masculino/femenino pues estos términos estarían menos contaminados con las cuestiones de género y presentes tanto en hombres como mujeres. Además de eso, ofrece una descripción de estas polaridades que incluye un aspecto dinámico y estático en cada uno de los polos. Esta es una visión más amplia que decir que lo femenino es regido exclusivamente por eros y lo masculino por logos. Anima y animus como arquetipos de lo que es enteramente “otro” y extraño al yo, serían constituidos por esos dinamismos Yin y Yang en una composición de predominancias variadas y relativas a cada individualidad, modelando así tipos diversos de expresión de masculino y femenino en hombres y mujeres.
Pero esas discusiones sólo serán fecundas si sirven como orientación para ayudar a la mujer a lidiar en la práctica con la cuestión del animus en su proceso de individuación. Como la integración del animus es el opus mayor de la individuación femenina es necesario traer a las cuestiones de la vida concreta de la mujer una mirada que facilite un diálogo con esa figura que ocupa un papel tan céntrico en su vivencia interior. Emma Jung (1995) nos ofreció una visión a partir de dentro, de su experiencia como mujer y sin duda su descripción del animus es bastante fiel a lo que muchas mujeres sienten, principalmente cuando se trata del animus negativo. También el texto de Castillejo (1973) esclarece con precisión y sensibilidad la actuación del animus en la psique femenina, con insights preciosos que fueron fuente de inspiración en mi trabajo analítico con mujeres.
A pesar de que seamos contemporáneas de una época de marcadas conquistas de las mujeres en la sociedad de un modo general, que nos garantizaron un lugar en el mundo exterior, es impresionante que aún se encuentre el efecto devastador que la voz auto despreciativa (sea denominada animus u “opresión internalizada”) puede tener en nuestro mundo interior. El trabajo interior parece no haber seguido al mismo ritmo que las conquistas exteriores. ¿Cómo conciliar las nuevas conquistas de las mujeres en el mundo masculino sin perder las raíces femeninas? ¿Cómo ser asertiva sin dejar de ser receptiva? ¿Cómo transformar la voz interna autoritaria y exigente en una voz de estímulo y confianza? ¿Cómo relacionarse con los hombres en un clima más cooperativo y no de lucha por el poder? ¿Cómo establecer una relación saludable con el animus?
Como afirma Whitmont (1990) tal vez sea realmente una tarea pionera para la mujer en la actualidad encontrar su verdadera individualidad femenina debido a la herencia de nuestra cultura históricamente patriarcal que rechazó muchos de los valores femeninos. Basada en mi experiencia, yo añadiría que esa tarea es urgente. Este texto presenta algunas reflexiones a partir de vivencias e imágenes surgidas en trabajos con grupos de mujeres, en la búsqueda de instrumentos que faciliten ese diálogo tan necesario con el animus.
El Animus negativo:
Ánima y Animus son figuras arquetípicas de la psique que funcionan como un puente hacia las profundidades de la psique. El animus potencialmente lleva la mujer hasta su alma, la ayuda a expresarla en el mundo y por eso se dice que es un guía, un psicopompo[1]. Como todo arquetipo, el animus tiene una naturaleza dual, tanto positiva como negativa. Nos referimos al animus como una persona, pero él tiene múltiples facetas y cada una se manifiesta separadamente y debe ser lidiada separadamente. Siempre depende de cómo el yo se relaciona con él para vivenciar uno u otro aspecto. Como dice Castillejo (1973), en su faceta positiva el animus es el portador de la antorcha para la mujer, trayendo luz y foco. Es positivo cuando coloca luz en lo que es relevante, y negativo cuando la luz se dirige hacia lo irrelevante. El problema es que él no siempre ilumina las cosas correctas, llevando la mujer a caer en lo convencional y colectivo. Si la mujer no le dice dónde dirigir su luz, ella irá hacia cualquier lugar. Y si la mujer acepta esa situación sin cuestionar, sin confrontarla con sus propios sentimientos, cae en una trampa y asume lo que él le dice como una verdad absoluta. El animus puede ser un gran villano en la vida de la mujer, en su faceta negativa.
Se usa la expresión “posesión por el animus”. La mujer que está poseída por el animus tiene su alma femenina robada, sus tesoros cerrados y sub-utilizados. Su vida creativa queda paralizada, víctima de una autocrítica feroz que la inmoviliza y tiraniza. Otra forma de manifestación negativa del animus es una identificación tan fuerte con él, que quien habla no es la propia mujer sino la voz de las reglas generales, muchas veces crítica y dura, distante de sus sentimientos e incapaz de relaciones genuinas y personales. Conocemos el efecto destructivo de su presencia en las relaciones entre hombres y mujeres, fuente de malentendidos especialmente cuando el ánima del hombre también está actuando en forma inadecuada. Estés (1994) llama al aspecto negativo del animus el predador natural de la psique, hombre siniestro que habita en la psique de todas las mujeres, término que retrata el potencial efecto devastador que su presencia puede tener en la vida de la mujer. En los cuentos y en los sueños esas figuras suelen aparecer como villanos, demonios, gigantes, monstruos semi-animales, ogros, ladrones, verdugos o jueces. Utilizando los cuentos como guiones de la vida psíquica, vemos que algunas de esas figuras se transforman. La fiera se vuelve príncipe, se deshace el encantamiento. Otros, como Barba Azul y algunos gigantes, son sumariamente destruidos, tan nociva y amenazadora es su presencia para la heroína. El animus negativo suele aparecer a la mujer como una voz llena de autoridad, llena de «deberías» y de reglas, críticas y opiniones basadas en el consenso general, pero no en lo que la mujer realmente es o cree. Es inconfundible percibirlo siempre que oigo a alguna paciente desvalorizándose, sintiéndose incapaz o exigiéndose a punto de agotar sus fuerzas. En este momento es como si una alarma sonara y yo parto en búsqueda de las pistas dejadas por su destrucción. ¿Cómo la ayudarla a reconocer esas voces? ¿Cómo diferenciarla de la voz del yo? ¿Y cómo transformar este aspecto del animus de villano en compañero? Estas fueron cuestiones que me llevaron a desarrollar un abordaje más directo y práctico con el animus, tanto en las sesiones individuales como en el trabajo grupal.
Hace muchos años que vengo dirigiendo grupos vivenciales de mujeres con el objetivo de crear un espacio para cambios y vivencias sobre temas del universo femenino, en que las mujeres puedan compartir anhelos y angustias, discutir patrones de funcionamiento, encontrar y dar expresión a la identidad femenina. Siempre utilizo recursos expresivos como medio de favorecer la expresión de contenidos inconscientes y la ampliación de la conciencia. Al reunir material de mitos y cuentos de hadas, se garantiza un telón de fondo arquetípico a las dinámicas individuales, en un entrecruce de los temas universales con la temática individual, espacio seguro y protegido para la expresión creativa del alma femenina. En este trayecto, en un grupo con mujeres de diferentes edades, con el cual trabajo hace aproximadamente siete años, nos encontramos muchas veces con la figura interna auto despreciativa y destructiva del animus negativo. En algunos encuentros del grupo, focalizamos directamente este personaje.
El inicio de la diferenciación:
Como el animus comúnmente se presenta proyectado en hombres con los que se ha relacionado la mujer, primero en su padre, después en el hermano, novio, marido, propuse que cada mujer emprendiera un viaje a su pasado, recorriendo la trayectoria de las figuras masculinas significativas en su vida comenzando por el padre personal, levantando el mapa de la constitución del animus. El padre como primera imagen masculina en la vida de la mujer suministra la base para futuras proyecciones. Las heridas en esa relación padre-hija serán transportadas por la hija a lo largo de su vida, no sólo en sus relaciones, sino en la manera como lo masculino habla dentro de ella, pues la hija que no es alimentada por el sentimiento del padre, queda víctima de su sombra (Von Franz, 1995). Algunos patrones pudieron ser identificados, como la imagen de un padre ausente que llevó a una mujer a la búsqueda de figuras masculinas aparentemente fuertes, pero que después se revelaban frías y distantes, repitiendo el distanciamiento afectivo del padre. O, de otro padre autoritario y agresivo que se alejó de la familia, cuya hija con cerca de treinta años tiene mucha dificultad en establecer vínculos amorosos.
Una etapa importante en la identificación del animus negativo con ese grupo fue una actividad de levantamiento de las “voces” juzgadoras y críticas que operan dentro de cada mujer. Solicité que cada una escribiera las “conversaciones” que comienzan con “usted debería”, ”usted no es capaz de”. No fue difícil para cada participante llegara a una larga lista de cobros, exigencias, juicios. Muchas de las autoconversaciones se repetían, cambiando sólo los nombres, casi un lugar común: “usted ya debería saber esto”; “usted no va a conseguir hacer eso correctamente”; “no basta ser buena, usted tiene que ser la mejor”; “usted sólo dice bestialidades”, y así sucesivamente, en una infinita secuencia de censuras y comentarios extremadamente negativos.
El animus se manifiesta principalmente como palabra y no como forma, lo que ya fue apuntado por Emma Jung (1995). De esa forma, al trabajar directamente con el animus, opto por vivencias que enfaticen el ámbito verbal. El ambiente plástico de materiales como arcilla y pintura conducen más a la dimensión fluida de lo femenino. Permanecer en territorio de dominio del logos en sus aspectos de discriminación, abstracción y reflexión puede movilizar más el contacto con esa dimensión, favoreciendo justamente la discriminación y la conciencia. El único cuidado es no caer en una racionalización estéril, al permanecer en discusiones y abstracciones distanciadas de la realidad de cada una y logrando con esto incluso a reforzar el animus negativo. Para eso utilizo actividades vivenciales en que las emociones son movilizadas y la personalidad total es convocada a participar. La identificación de las charlas consigo misma se constituye en un primer paso en el proceso de discriminación y reconocimiento de los pensamientos autónomos que se infiltran en la conciencia de la mujer y que son característicos del animus actuando como villano. Al darle voz, es más fácil lidiar con él objetivamente. Se da inicio al proceso de diferenciación entre lo que es el yo femenino y el no-yo, manifiesto en esta voz siniestra y arrogante, separando lo que es genuino en la mujer de aquello que no es. Comienzan a establecerse brechas e intervalos en los cuáles el dominio de la voz deja de ser tan poderoso, pues la mujer ya no permite que se insinúe sin al menos cuestionar si lo que la voz dice es o no verdadero. Nombrar el patrón es despotenciarlo, como en el cuento de Rumpelstilskin[2] en que para librarse del enano con quien hizo un acuerdo nefasto, la princesa debe descubrir su nombre. Cuando lo consigue, el enano malvado desaparece. Dar nombre al patrón es un proceso activo, exigiendo la participación de la conciencia del yo.
Enfrentamientos y diálogos
En los grupos, suelo realizar otra actividad en secuencia a la identificación de los monólogos. Dialogando en parejas, en un juyo de roles, una de las mujeres hace el papel de su propio animus y otra de su yo. Después intercambian papeles. Doy instrucciones para que cada una argumente al máximo defendiendo su posición. El objetivo en esa actividad es un entrenamiento para no ser subyugada por esa voz. Desarmar al atacante requiere que capturemos sus movimientos tan pronto como ellos se insinúen, pues los pensamientos nocivos tienen que ser combatidos antes de que crezcan lo suficiente para que sean perjudiciales. Ese ejercicio es muy estimulante y esclarecedor, pues la interacción en las parejas da pistas sobre cuáles son los mecanismos frecuentemente usados, las trampas que el lado villano de la psique prepara para la mujer desprevenida. Algunas mujeres presentan dificultades en confrontar el animus de la compañera, inmediatamente se sienten frenadas bajo su fuerte argumentación, posiblemente porque la voz interna dice cosas semejantes. Otras son más hábiles, manteniéndose firmes en sus creencias y valores, no se dejan convencer o atacar, y con esto consiguen silenciar la voz siniestra.
Otro momento de trabajo con el animus en este grupo fue propiciado a través de una actividad de imaginación dirigida con las figuras arquetípicas del rey, guerrero, mago y amante. Salir de la esfera personal y ampliar el tema facilita el acceso a las diversas dimensiones del masculino para descubrir qué aspectos están más o menos activos, las varias facetas que el animus puede presentar. El trabajo con imágenes ayuda a personificar la energía, dándole una forma y posibilitando la apropiación de lo que antes estaba mezclado e indiferenciado. De esta forma el yo queda fortalecido para lidiar con la energía presa en aquel patrón de funcionamiento: ahora hay un “otro” personificado a quién dirigirse. El contacto con cada una de esas figuras de imaginación trajo al grupo reyes duros y distantes, pero también reyes benevolentes y poderosos. Hubo un guerrero sucio y embrutecido, otro guerrero estratega y perspicaz. De la misma forma, partiendo de imágenes colectivas, cada una se revela con connotaciones personales, trayendo, por ejemplo, más cerca de la conciencia la fuerza del guerrero para ser utilizada o denunciando la dureza de un rey que se manifiesta cuando la mujer en cuestión se ve en posición de liderazgo.
A continuación sugerí que escribieran una carta a la figura de imaginación con la cual tuvieron más dificultad y después escribieran la respuesta. Con esa correspondencia yo pretendía dar inicio al diálogo con esa personificación del animus, en un entrenamiento de imaginación activa. La escritura debería ocurrir lo más fluida posible, sin críticas. Al hacer vivas las imágenes interiores, en la imaginación activa, el diálogo entre el yo y el inconsciente comienza a establecerse. Anotar ese diálogo contribuye a fortalecer el yo y da realidad a las imágenes, que ganan cuerpo y materialidad. El yo desiste del control, pero no se queda pasivo, se confronta, interviene y con eso hay posibilidad de transformación.
Algunos tramos de esas cartas: De una chica para su “guerrero”: “No fue nada fácil encontrarme con usted. ¡Usted era tan feo, tan sucio! No conseguí ni aproximarme…sólo veía su cuerpo inmundo, sus modos groseros…después sin embargo… pude ver lo solo y abandonado que le había dejado todos ese años… y del enojo pasé a tener algo de orgullo de tenerlo…” La respuesta: “Quedé muy triste con nuestro encuentro, pero mi corazón estaba tan endurecido que no lo pude demostrar. Percibí su mirada de enojo y me avergoncé… la miro tan pequeñita y tan frágil que tengo miedo de quebrarla… y de otro lado la veo tan superior, tan limpia, educada, tan civilizada que me veo como un animal…” El guerrero sucio, descuidado y bruto denuncia un aspecto descuidado en su psique. Ese fue el marco inicial de un largo proceso de descubrimientos y aproximaciones con su lado más asertivo, saliendo de una postura siempre frágil y de agradar a los otros, a asumir su potencial guerrero. Una respuesta del amante a una joven competente y exitosa profesionalmente, al estilo de una amazona blindada: “…la siento fría y distante, pero al mismo tiempo, muy necesitada…estoy pidiendo que usted se permita equivocarse, sentir, llorar… sé que usted no perdió su lado romántico, sensible, frágil, mujer, finalmente es aquí que yo vivo. El problema tal vez sea el hecho de que usted quiera tanta perfección…”
Es interesante observar que los personajes que envenenan, oprimen o paralizan la vida de la mujer, se hicieron negativos porque no fueron atendidos, su energía no está siendo utilizada. Comportándose como los antiguos dioses que castigaban a quienes no les prestara homenajes, esos aspectos de la psique claman por un lugar. El animus puede transformarse. Puede y debe ser entrenado, ejercitado. Eso exige una postura atenta, pues a cualquier descuido surgen nuevas trampas. Pero una mujer que ya identificó la voz tiránica interna, ya no es víctima fácil, ya desarrolló antídotos, no se deja seducir. Sus demonios son exorcizados.
El animus negativo apareció en este grupo en varios otros momentos con otros ropajes, asumiendo varias formas. Los cuentos de hadas están repletos de motivos sobre sus diversas posibilidades de manifestación. Así, nos detuvimos en el cuento “La doncella sin manos” (Estés, 1994) que retrata la situación de muchas mujeres, que están “sin las manos”, mutiladas, a merced de una figura diabólica que distorsiona y falsifica la realidad, como el diablo del cuento. Acompañar a la heroína en su largo recorrido de recuperación y cura, trajo a la superficie las historias de esas mujeres regadas con lágrimas y confesiones. La constatación de una de las participantes: “No sé cuidar de mí”, movilizó el grupo y fue tema de otros encuentros en que pudimos fortalecer los lazos con lo femenino, restableciendo conexiones con aspectos heridos de la feminidad.
Más recientemente fue trabajado en ese grupo el tema de los opuestos delicadeza/brutalidad, a través de cuentos como “El gigante sin corazón” (Bonaventure,1992), “Hainá y el ogro” (Bonaventure,2000) que retratan el animus negativo en la imagen del gigante que mantiene a la doncella como rehén. La propia agresividad es sentida como el gigante feroz detrás de las explosiones destructivas y de la irritabilidad que “poseen” las mujeres con tanta frecuencia en sus relaciones. Los cuentos suministran indicaciones sobre cómo liberarse de esa fuerza que supera a la mujer, accionando aspectos del animus positivo, muchas veces juntando delicadeza y una cierta dosis de experiencia.
Comentarios finales
A través de las actividades expresivas, de las imágenes y símbolos movilizados, de los cambios y testimonios, áreas hasta entonces desconocidas de la psique van siendo descubiertas, el grupo denuncia las distorsiones provenientes de la voz negativa, sus artimañas y trampas. Como manifestó una participante de este grupo: “La gente se ve en la historia de la otra”. Al comprobar el patrón activo en las otras, es más fácil reconocer el propio funcionamiento. He constatado la riqueza de posibilidades que el espacio grupal proporciona a las mujeres, confirmando lo que Emma Jung (1995) observó:
Aquí la relación de mujer a mujer también asume gran significado. Pude observar cómo muchas mujeres, paralelamente al problema del animus que se hacía agudo, comenzaban a interesarse cada vez más por mujeres y sentían que la relación con mujeres se hacía una necesidad siempre creciente. Tal vez este sea el comienzo de la solidaridad femenina, cuya falta es tan sentida, y que solamente se hará posible a través de la conscienciación de un peligro presente para todas. (p.54)
El grupo de mujeres da un soporte y un eje para la difícil tarea de identificar y confrontar los aspectos amenazadores del animus negativo. La imagen de un “regazo de la gran madre” retrata lo que observo funcionando en el grupo de mujeres, pues al permanecer anclado en el si-mismo femenino, el yo se fortalece y tiene respaldo para operar la transformación. Se crean complicidades, lazos delicados y profundos en el campo simbólico, espejos del alma femenina, expresando la energía creativa del animus positivo.
[1] Un psicopompo es un ser que en las mitologías o religiones tiene el papel de conducir las almas de los difuntos hacia la ultratumba, cielo o infierno. (N del T)
[2] Rumpelstilz era una denominación para un duende maligno que, al igual que un Poltergeist, hace ruidos (en alemán rumpeln) al sacudir o zarandear, Stelzen (en alemán moderno, «zancos», en este caso referido a objetos tales como las patas de una mesa). Cuento de los hermanos Grimm. (N del T)
Referencias Bibliográficas:
BONAVENTURE, J. (1992) O que conta o conto. São Paulo. Paulus.
______________ (2000) Variações sobre o tema mulher. São Paulo. Paulus
CASTILLEJO, I.C. de (1973). Knowing woman. New York. Putnam’s Sons.
ESTÉS, C. (1994). Mulheres que correm com os lobos: mitos e histórias arquétipo da mulher selvagem. Rio de Janeiro. Rocco.
JUNG, E. (1995) Animus e Anima. São Paulo. Cultrix.
VON FRANZ, M. L. (1995) O feminino nos contos de fadas. Petrópolis. Vozes.
WEHR, D. (1994). Animus – O homen interior. Em: DOWNING, C. (Org.), Espelhos do Self. São Paulo. Cultrix., p.46-59.
WHITMONT, E.C. (1990). A busca do símbolo: conceitos básicos de psicologia analítica. São Paulo. Cultrix.
YOUNG-EISENDRATH, P. (1994). Repensando o feminismo, o animus e o feminino. Em: ZWEIG,C. Mulher: em busca da feminilidade perdida. São Paulo. Gente, p.237-252.
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